La brevedad se convierte
en un león herido,
cuando abres tus labios yertos.
Hacemos y decimos cuanto por haber, y una vez hecho, preferimos ocultar pensando mermar la herida. Una herida que de momento, por azar o por condición, te toca zanjar, pero que a su vez te hace incapaz de sanar. Y puedes no verla fluir, dándote seguridad para continuar.
Un perfil bajo, esconde en sí mismo una lucha en contra de la desorientación. Permite una temporal copiosa, y deja pasar el juicio de al lado, para sembrar minas que van a germinar el desdén; produciendo una afluencia transitoria, lo suficientemente eficaz para causar el brote de un río atestado con arrebatos incontrolados.
Miro la fealdad de la herencia afectiva, y me sorprende ver, como somos capaces de convertir en escudo el pasado tortuoso, y aunque es un mecanismo de auto defensa, caemos en el desgaste para ganar una lucha psicológica.
El camino se torna abrupto. Lleno de lucecillas verdes. Dando pie a una continuidad accidentada, por violar la única ley que te exhorta a no personificar el yo destructor, el sedentario, el mismo que lograr exterminar la semilla de toda efusión.